COMPETITIVIDAD
CAPITULO 13: COMPETITIVIDAD
El desaceleramiento de las exportaciones argentinas en los últimos años, sumado a los ajustes del tipo de cambio en Brasil y Chile, los principales socios comerciales del país, revitalizaron la consideración de la competitividad como un aspecto clave a fin de consolidar la inserción argentina en los mercados extranjeros y sustentar el crecimiento a largo plazo. A lo largo del capítulo se distinguen dos aspectos fundamentales, que sirven de base al concepto de competitividad: la productividad y los costos globales nacionales.
13.1 Introducción
A continuación, se aborda la temática de la competitividad desde distintos enfoques y alcances regionales. En el apartado 13.2 se analizan los resultados del estudio de competitividad global elaborado por el World Economic Forum en 1999, donde se destacan los puntos fuertes y débiles de la economía argentina en comparación con otros 58 países. En el apartado 13.3 se incluirá un nuevo concepto de competitividad, desarrollado por investigadores alemanes, el que hace hincapié en el papel sistémico del proceso competitivo. Asimismo, se considera el rol del Estado como promotor del logro de niveles crecientes de competitividad y la importancia de su eficiencia administrativa. En ítem 13.4, se describen las relaciones entre costos, productividad y competitividad. Finalmente, en el punto 13.5 se incluye un ranking de competitividad elaborado para las provincias argentinas. Cabe destacar también la elaboración de un cuadro resumen con un conjunto de acciones concretas orientadas a fortalecer e incrementar la competitividad nacional.
13.2. Informe Mundial de Competitividad del World Economic Forum 1999
13.2.1. Ranking Mundial
Desde 1979, el World Economic Forum (WEF) elabora anualmente el <<Reporte de Competitividad Global>> (GCR). El informa del presente año comprende una amplia y detallada comparación de 59 países. La ubicación en el ranking de competitividad surge de la consideración de estadísticas cuantitativas, como así también de la información extraída de la realización de una pormenorizada encuesta entre un número representativo de hombres de negocios. Existen distintos indicadores a considerar a la hora de evaluar el desempeño competitivo de los países. La metodología del WEF, diseñada por los economistas Michael Porter y Jeffrey Sachs,
incorpora ocho factores para medir el nivel de competitividad: la apertura, el gobierno, las finanzas, la infraestructura, la tecnología, la gestión empresarial, el trabajo y las instituciones. Asimismo, los ratios alcanzados en cada uno de estos aspectos son combinados con las posibilidades de crecimiento a mediano y largo plazo de los países. Cabe destacar que se trabaja con un concepto de competitividad definido como la habilidad de un país para alcanzar tasas altas y sostenidas de crecimiento del PBI per cápita en un horizonte de mediano plazo. En el cuadro 13.1 se aprecia que en 1999 Argentina se ubica en el puesto 42 en el ranking del WEF, descendiendo seis posiciones respecto a su ubicación en el pasado año. Chile es el país sudamericano mejor posicionado, alcanzando el puesto 21, mientras que Brasil se encuentra bastante más relegado, en el puesto 51. Las proyecciones de crecimiento de los países para el período 2000-2008 se muestran en el cuadro 13.2. Con tasas anuales estimadas en el 1,92%, Argentina se ubicaría en el puesto 50, por debajo de naciones con menor desarrollo relativo, como Bolivia, Perú, Costa Rica y El Salvador, entre otros.
Como señala el informe, en el listado expuesto en el cuadro 2.1 se observa el liderazgo de Singapur, el que exhibió un importante crecimiento exportador en los últimos 15 años, principalmente en el período 1985/1995, con una tasa de crecimiento promedio anual del 12,8%. Sus ventas externas se especializaron en mercados de alta tecnología, a través de políticas públicas de promoción tecnológica e innovación, inversiones en el sistema educativo y mejoras en la infraestructura física.
En forma complementaria al anterior ranking, el WEF elaboró desde 1998 el ranking microeconómico de competitividad. En el análisis se tuvo en cuenta distintos aspectos que hacen al entorno o ambiente en que se desenvuelven los negocios, las transformaciones en marcha y la agenda pendiente. La idea de competitividad microeconómica se relaciona directamente con las posibilidades de incrementar el PBI per cápita en forma automática y con la mayor velocidad posible. El estudio explora el proceso por el cual las reformas y el desarrollo macroeconómico se transmite hacia el sector empresario y el conjunto de la sociedad. Michael Porter señala que el estándar de vida de la población está determinado por la productividad de la economía nacional, lo que está medido por el valor de los bienes y servicios producidos (per cápita) en las naciones. En este sentido, el punto crucial del análisis se centra en determinar la forma de crear las condiciones para alcanzar un proceso de crecimiento sustentable. Asimismo, concluye que los fundamentos microeconómicos de la competitividad pueden dividirse en dos áreas: (1) la sofisticación y especialización de las estrategias y operaciones empresariales y (2) la calidad del ambiente de negocios. Entre las variables que se tuvieron en cuenta en el estudio se encuentran: la dotación de recursos naturales y humanos, la infraestructura física y científica, la promoción de los sistemas de innovación, los sistemas de información, métodos gerenciales, las exigencias de los consumidores, la oferta industrial nacional, los niveles de competencia y regulación de los mercados, el dinamismo de la inversión, las redes locales las condiciones del mercado laboral. El estudio demuestra econométricamente la relación positiva entre la evolución de las variables de competitividad descriptas y el crecimiento del PBI per cápita. Argentina se ubica en el puesto 40 en el ranking microeconómico de competitividad (ver cuadro 13.3), descendiendo desde el puesto 36 que ocupaba en 1998. Cabe destacar que la ubicación de Brasil (35) en este caso supera a la de Argentina, al tiempo que Chile se posiciona en el puesto 24. En términos del PBI per cápita, Argentina supera al resto de los países sudamericanos considerados (a excepción de Chile), alcanzando $10.869 en promedio.
13.2.2. Competitividad Argentina: Puntos Fuertes y Débiles
En el cuadro 13.4 se observan los aspectos positivos y negativos en términos de competitividad para el caso argentino. Entre los factores más favorables se identificó a la estabilidad del tipo de cambio, la inexistencia de limitaciones para el movimiento de capitales, el control de la inflación, la importancia asignada al entrenamiento del personal, los reducidos costos de litigio, las posibilidades de celebrar contratos con el sector público, el desempeño de la inversión doméstica y la performance del sector bancario nacional.
Respecto al estado de la infraestructura física, se destacó el buen desarrollo de los sistemas de comunicación (teléfono, fax y satelital) y la gran capacidad de generación eléctrica. Asimismo, se mencionó como un aspecto favorable el costo de los viajes aéreos domésticos. Según el WEF, los aspectos más débiles de la competitividad nacional se encuentran en el sector laboral, el dinamismo de las instituciones y los factores tecnológicos. El magro desempeño se ve reflejado en la escasa importancia asignada a la Investigación y Desarrollo (I&D), la falta de cooperación universidad-empresa y las dificultades para transformar desarrollos académicos en productos comerciales viables. Dentro del mercado laboral, se advierten los aumentos de la tasa de desempleo, la necesidad de reformar las normas regulatorias, de consolidar una red de protección social y la inexistencia de ajustes de salarios por productividad. El crecimiento de las exportaciones nacionales es otro de los factores que no registró un desempeño significativo. Respecto al sector público, se señala la necesidad de combatir la evasión, modificar el sistema tributario, especialmente el IVA e impuestos al trabajo, perfeccionar la estructura del gasto e incrementar la eficiencia de la administración pública. Si bien el sector privado contribuyó notablemente a la hora de incrementar la inversión bruta nacional, la misma se observa relegada en relación al conjunto de países analizados. En materia financiera también se advierten puntos a mejorar, tales como la reducción de las tasas de interés y la disponibilidad crediticia, el desarrollo del mercado de capitales, el fortalecimiento del sector bancario y el estímulo de los Venture Capitals. Los indicadores relativos al desempeño de las instituciones podrían calificarse como deficientes. De acuerdo al análisis efectuado, Argentina es considerada parte del conjunto de países donde la desconfianza en los políticos, los acuerdos y sobornos, las ineficiencias de la fuerza policial y las interferencias y parcialidad del sistema judicial son moneda corriente. Se advierte entonces un conjunto de aspectos sobre los que se deberían trabajar intensivamente a fin de incrementar los niveles de competitividad nacional. Al final del capítulo se adjunta un cuadro con actividades e instrumentos concretos para materializar dicho objetivo.
13.3. Competitividad Sistémica
13.3.1. Rol Sistémico del Proceso Competitivo
Los nuevos requerimientos de la tecnología y de la economía mundial evidencian que la capacidad innovadora y competitiva de las empresas no depende sólo de ellas mismas, sino que también están determinadas, en grado considerable, por la capacidad de transformación de sus bases nacionales1. En este sentido, resulta de significativa importancia la ventaja competitiva nacional de aquellos países en los cuales la capacidad y la interacción de los principales grupos de actores bastan para crear las condiciones técnicas, organizativas y sociales requeridas por un desarrollo dinámico orientado al mercado mundial.
1 Para un análisis ulterior ver «Competitividad Sistémica-Competitividad internacional de las empresas y políticas requerida» (1994).
Sin embargo, la competitividad industrial no surge espontáneamente al modificarse el contexto macro ni se crea recurriendo exclusivamente al espíritu de empresa a nivel micro. Es más bien el producto de un patrón de interacción compleja y dinámica entre el Estado, las empresas, las instituciones intermedias y la capacidad organizativa de una sociedad. En ese contexto, es esencial contar con un sistema de incentivos orientados a la competitividad que obligue a las empresas a llevar adelante procesos de aprendizaje y a incrementar su eficiencia.
Así surge el concepto de competitividad sistémica, que incorpora a los clásicos conceptos macro y microeconómicos los siguientes aspectos:
– La capacidad de una sociedad para la integración y la estrategia.
– El entorno o ambiente productivo, capaz de fomentar, complementar y multiplicar los esfuerzos al nivel de la empresa.
De esta manera, aparecen una serie de medidas que deben darse en todos y cada uno de estos niveles para que un país, una región o una ciudad, logren la competitividad. Un requisito fundamental y necesario, aunque no suficiente, es que el contexto macroeconómico, el déficit presupuestario y la deuda externa sean controlables y, además, que las reglas de juego no se alteren permanentemente. Esta es la única forma de generar seguridad para la inversión. Es por esto que la política macro debe emitir señales claras e inequívocas para dar a entender a las empresas que están en la obligación de aproximarse al nivel de eficiencia habitual en el ámbito internacional. Sin embargo, si se emprenden reformas macroeconómicas sin desarrollar al mismo tiempo una reforma del Estado que permita la articulación de los actores estratégicos y sin la formación de estructuras sociales adecuadas, las tendencias a la desintegración social se agudizarán todavía más. La competitividad sistémica sin integración social es un proyecto sin perspectivas. De esta manera, el Estado, como actor social, asume un papel clave en el proceso del logro de la competitividad, actuando como generador de impulsos, moderador y coordinador, promoviendo una política orientada al diálogo. A su vez, buena parte del empresariado se ha desarrollado bajo un esquema de producción Taylorista-fordista, donde la producción de manufacturas están en gran parte estandarizadas para el consumo masivo, con una jerarquización estricta de la organización empresarial, aparejada con una extrema división del trabajo y con una organización relativamente débil en lo que a colaboración interempresarial se refiere. Si bien este enfoque está muy arraigado, muchos de sus procedimientos son obsoletos. Este Paradigma ha cambiado por empresas cuya producción de manufacturas es diferenciada para una demanda en rápida transformación y para mercados diferenciados altamente competitivos. Las rápidas innovaciones de productos permiten sustituir gran parte de la gama existente de artículos por otros de cualidades nuevas y mejoradas, o fabricar productos enteramente nuevos. En este esquema se incorporan novedosos conceptos organizativos, enfatizando la calificación del personal, así como el acortamiento y la racionalización de las vías de comunicación en el interior de la empresa, mediante la reducción de niveles jerárquicos y el mejoramiento del flujo informativo entre y dentro de los departamentos. En síntesis, se comienza o instalar un nuevo paradigma productivo, basado en la organización y el conocimiento. Esto implica un reemplazo de las prácticas tradicionales por las <<nuevas prácticas>> (best practices), que es la combinación tanto de nuevas prácticas tecnológicas (best practice technology) como de nuevas prácticas de organización de la producción (best practice organization of production). Estas nuevas prácticas deben estar orientadas al logro de cuatro objetivos básicos: la mejora en la calidad de los productos y servicios, la mejora en la velocidad de reacción ante cambios en el entorno, la flexibilidad y la eficiencia. Sólo serán competitivas aquellas organizaciones que logren reunir estos cuatro criterios. La mayoría de las empresas de nuestro medio están integradas verticalmente y operan en forma aislada. En la economía mundial, dominan las redes empresariales o clusters, haciendo que la competitividad de las empresas se base cada vez más en el rendimiento de sus proveedores y del entorno empresario institucional. Las empresas que quieren afrontar con éxito la competencia necesitan organizarse en redes de cooperación tecnológica, integrándose en sistemas de producción e innovación estrechamente articulados y concentrados muchas veces en una misma localización (ver el apartado relativo a Microregiones desarrollado en el Capítulo 9), ya que éstos propician un intenso intercambio informativo y rápido aprendizaje tecnológico. Este complejo modelo de organización, que combina la competencia con la cooperación a nivel micro, se ve apoyado por un amplio diálogo social entre el sector productivo, el sector científico, las instituciones intermedias y el sector público. En este último recae una importante función como iniciador, generador de impulsos y coordinador, con miras a desplegar una estrategia competitiva de base amplia.
13.3.2. EI Rol del Estado como Promotor de la Competitividad
Argentina no podrá competir mundialmente si el trámite para constituir una empresa demora semanas, mientras que en Taiwan o Italia sólo unas horas. No podrá competir si los índices de criminalidad rebasan lo tolerable o si los planes de estudio son obsoletos. Indudablemente, el desempeño del sector público (sea nacional, provincial o municipal) puede promover o entorpecer el logro de mayores estándares de competitividad y productividad. En tal sentido, el Estado puede trabajar principalmente en dos áreas: la promoción de un entorno de negocios favorable y el logro de estándares de eficiencia y productividad similares a los del sector privado, de forma de reducir la carga tributaria sobre este último.
Haciendo referencia al primer caso, el Estado no debiera operar con una concepción puramente intervencionista, sino más bien como generador de impulsos, moderador, comunicador entre empresas y asociaciones empresariales, sector científico, instituciones intermedias o incluso sindicatos. Su objetivo consiste en promover la difusión de información relevante y elaborar visiones de medio y largo plazo que sirvan de guía a políticas públicas e iniciativas particulares. En el segundo caso, sería de vital importancia la introducción de conceptos de calidad y eficiencia dentro de la administración pública. Según el área de estudio de la administración pública de la OCDE, los países a la vanguardia son Canadá, Australia, Reino Unido y Nueva Zelanda. En ellos se combina calidad con tradición democrática. Sus estrategias han sido: sistemas presupuestarios que incorporan planeación estratégica, autonomía de gestión y responsabilidad por los resultados de los administradores, control presupuestario con topes globales y por indicadores estratégicos, sistemas de información administrativa y financiera, reingeniería, aprendizaje de las mejores prácticas, división de niveles políticos y administrativos, desregulación y privatización, organizaciones flexibles, incorporación de la carrera de funcionario público y capacitación en nuevas herramientas administrativas2. El concepto central es que no puede existir un país de primer mundo sin un gobierno de primer mundo. Un gobierno de calidad representa una ventaja competitiva en la economía globalizada y una condición necesaria para el crecimiento sostenido y sustentable. Como señala Rodriguez3, «los clientes del gobierno están demandando mejores servicios y productos de calidad por los impuestos y tasas que pagan». En este sentido, seria de vital importancia la reducción del costo de los servicios públicos, la eliminación de las trabas burocráticas y la inteligente regulación de las actividades económicas privatizadas o concesionadas.
13.4. La Importancia de Ia Productividad y los Costos Globales
En un sentido amplio, la competitividad externa de un país queda definida como la capacidad de competir en calidad y precios con productos extranjeros. Como lo señalará Paul Krugman, este es un concepto eminentemente «comercial», que dice muy poco respecto a las posibilidades para que un país consolide un crecimiento duradero. Lo que está por detrás del concepto de competitividad es la productividad de la economía nacional, y ésta, en opinión de este autor, es estimulada mediante las inversiones en capital físico y humano4. Asimismo, los niveles de competitividad de un país están asociados a un costo global, de los servicios públicos, factores productivos, carga tributaria, servicios al comercio exterior, entre otros. De esta forma, alcanzar mayores estándares competitivos implica incrementar tanto la productividad de los factores como la disminución de los costos asociados o vinculados a la producción.
2 En Argentina, menos del 1% de la nómina salarial pública se destina a Programas de Capacitación, mientras que en los países de la OCDE la proporción asciende a entre el 4 y 8%.
4 Ven, «La Reforma Administrativa como Ventaja Competitiva» por Santiago Roel Rodriguez, Comercio exterior vol. 48, Nº10 – octubre de 1998. En las nuevas teorías del crecimiento económico desarrolladas por Robert Lucas, el crecimiento de la productividad se encuentra asociado más estrechamente a la inversión en capital humano que al capital físico. Ver R. Lucas, «On the Mechanics of Economic Development», Journal of Monetary Economics, Julio de 1988.
En el gráfico 13.1 puede observarse el crecimiento del 93,8%de la productividad por empleado en la industria argentina entre 1989 y 1998.
En el gráfico se advierten los aumentos ininterrumpidos en el indicador desde 1989. Aún en 1995, época de contracción económica (crisis mexicana), las inversiones, y principalmente las exportaciones, posibilitaron el crecimiento del índice de productividad. Entre las ramas industriales que registraron mayores aumentos en su productividad se destacan: Refinerías de petróleo, Producción de cuero, Material de transporte, Hierro y Acero, Tabaco, Derivados del Petróleo y Aparatos Eléctricos, entre otros. Las transformaciones económicas implementadas en la década de los ’90 (privatizaciones, desregulaciones, estabilidad de precios, protagonismo de la inversión, entre otras) posibilitaron las reducciones de costos de distintos factores productivos. No obstante, como se aprecia en el presente capítulo, en materia de costos globales de producción y productividad todavía existe un gran margen para mejorar.
13.5. Índice de Competitividad de las Provincias Argentinas
Al hablar de competitividad generalmente se hace referencia al nivel competitivo de las firmas de un determinado país, región o provincia. Pero como se mencionó anteriormente, la competitividad no se reduce al nivel micro sino que está determinada por un importante número de aspectos, entre los que se encuentra la acción del gobierno, la estructura económica y aspectos institucionales que van más allá de lo productivo.
Es así como existen una serie de indicadores sociales, económicos e institucionales que permiten medir la dotación y atracción de factores productivos de una región y la eficiencia que ésta posee para transformar los recursos en bienestar y calidad de vida.
Con el objetivo de medir la importancia de las 24 jurisdicciones del país5 en lo que a competitividad se refiere, el Instituto de Investigaciones Económicas ha elaborado un índice que permite medir las brechas que existen entre las diferentes jurisdicciones y establecer posiciones relativas. Este índice constituye el primer paso de una serie de trabajos de profundización programados para el próximo año. Para su construcción se utilizaron un amplio conjunto de indicadores divididos en 9 categorías, a saber: Población, Educación, Estructura Económica, Sector Financiero, Comunicaciones, Sector Empresario, Sector Público, Comercio Exterior y Mercado Laboral. Estas categorías abarcan 24 variables, que incluyen una variada gama de indicadores desde los tradicionales como el PBG per cápita hasta los más actualizados como Número de Computadoras per cápita o número de empresas con certificación ISO. Las mismas se detallan en el Recuadro 13.1.
5 23 provincias y Capital Federal.
Para el cálculo de las brechas se implementó la metodología utilizada por las Naciones Unidas en la confección del Índice de Desarrollo Humano. Posteriormente, a través de la ponderación de las distintas variables se construyó el «Índice de Competitividad de las Provincias Argentinas 1998».
Cabe aclarar que el ranking de competitividad de las provincias no pretende indicar si una provincia es más importante en lo económico, en lo social o en lo demográfico, sino que busca señalar en que posición relativa se encuentra para crecer en bienestar y desarrollar su calidad de vida. Para ello, se han eliminado las diferencias en valores absolutos y las comparaciones se han realizado, principalmente, en base al número de habitantes.
En el cuadro 13.5 se pueden observar los resultados generados a través del índice y el ranking que cada jurisdicción ocupa en el total nacional.
Según el índice, la jurisdicción de mayor competitividad del país es Capital Federal, mientras que Formosa ocupa el último puesto. Es notable la diferencia existente entre estas jurisdicciones, ya que Capital Federal es ocho veces más competitiva que la última provincia del ranking. También es importante la gran distancia entre la primera y segunda posición. Existe un salto de casi 27 puntos, lo que quiere decir que Capital Federal (1°) exhibiría un 55% más de competitividad que San Luis (2º), conforme a esta primera aproximación y a la metodología utilizada.
Nuevamente, se hace necesario aclarar que no se debe confundir poderío económico o demográfico con el nivel de vida de una jurisdicción. Las diferencias en la distribución regional de la población es muy desigual en la Argentina, al tiempo que los desequilibrios económicos también son importantes.
Capital Federal constituye un caso muy particular, ya que no es una jurisdicción provincial con la diversidad económica, social y demográfica normal, sino que es un sector urbano de ingresos medios y altos y constituye la mayor área metropolitana del país. Para facilitar la interpretación del Índice, se ordenaron las jurisdicciones en tres grupos de acuerdo a su competitividad.
Dentro del primer grupo se encuentran tres provincias patagónicas; Tierra del Fuego (3°), Santa Cruz (4°) y Chubut (8º). En la segunda posición se encuentra San Luis, mientras que la provincia de Buenos Aires ocupa el puesto 5. La provincia de Córdoba se ubica en el 6° escalón, aunque con una diferencia insignificante respecto de Buenos Aires. Santa Fe se encuentra en la 7° posición, con un valor muy cercano a la provincia de Córdoba. Ambas forman parte de la Región Central del país, denotando la importancia de la misma a nivel competitivo.
Encabeza el grupo de competitividad intermedia la provincia de La Rioja (9°), seguida por La Pampa (10°), aunque también con diferencias mínimas. También se encuentran en este grupo San Juan (11°) y Mendoza (13°). El grupo termina de completarse con las provincias de Neuquén (12°), Tucumán (14°), Catamarca (15°) y Entre Ríos (16°).
Por último, el grupo de provincias con menor competitividad está liderado por Río Negro (17°). Le siguen las provincias de Misiones (18°), Salta (19°), Corrientes (20°), Jujuy (21 °), Chaco (22°), Santiago del Estero (23°) y, cerrando la tabla, la provincia de Formosa (24°).
De esta manera, se observan las diferencias existentes entre las distintas jurisdicciones del país. Existe un conjunto de objetivos pendientes para el logro sostenido y duradero de la competitividad. A fin de sintetizar los conceptos hasta aquí expuestos, y a manera de sugerencia, se enuncian en el Recuadro 13.2 un conjunto de acciones concretas a la hora de estimular la competitividad nacional y regional.