Prensa

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El rebote de la actividad económica camina sobre la cuerda floja

Los datos de actividad de 2020 conocidos en la semana dejan señales mixtas. Si bien hubo una recuperación de la economía en el cuarto trimestre respecto al anterior, las exportaciones tuvieron una caída trimestral de casi nueve por ciento. En el acumulado del año, el Producto Interno Bruto (PIB) cayó por tercer año consecutivo, esta vez en casi 10 por ciento, con todos los componentes de la demanda agregada mostrando importantes reducciones. La inversión, si bien se recuperó luego de tocar fondo en el primer semestre, está desde hace dos años en niveles inferiores a los que tenía en 2007. De este modo, se confirma la gravedad de una crisis aguda gatillada por la pandemia que exacerba los severos problemas estructurales que arrastra la economía argentina. Siendo la inversión y las exportaciones fundamentales para poner en marcha la actividad productiva en el país, persisten un clima de desconfianza y medidas de política económica que no ayudan a estimularla. En efecto, aún con un rebote proyectado en 6,2 por ciento para este año, la economía argentina terminará produciendo casi un nueve por ciento menos que en 2017, el último año en que hubo crecimiento de actividad. Además, gran parte de la recuperación sería por arrastre estadístico; esto es, si durante todo 2021 la actividad se mantuviese al mismo nivel de diciembre pasado, así se medirá un crecimiento de 6,1 por ciento. Incertidumbre Los motivos para el rebote pronosticado de actividad están en los elevados precios de la soja y las mejores perspectivas en lo sanitario. Sin embargo, en este último punto surgen dudas. Ante los insuficientes avances en el plan de vacunación contra el Covid-19 y la llegada inminente de una segunda ola de contagios, se podría volver a medidas de aislamiento que retrasarían la recuperación. Si bien es poco probable volver a estar tan mal como en el segundo trimestre de 2020, porque las empresas han adaptado sus procesos productivos al contexto de pandemia y no se restringiría su actividad, el mayor problema vendría por el lado de la demanda. Con menor circulación de personas, si se toman medidas de aislamiento, las ventas se verán afectadas. Si eso ocurre muchas empresas podrían volver a situación de crisis y reclamar más ayuda del Estado, lo que podría impactar en aumentos no planeados del gasto público, menor recaudación y, por tanto, más emisión para financiar el déficit fiscal resultante. Si bien los números fiscales de febrero fueron aceptables, aparece como señal de alerta que el gasto para apoyar a sectores afectados por la pandemia estuvo en niveles bajos y que los subsidios son una carga creciente que ya representa casi el 11 por ciento del gasto primario. Con esto, la mejora en el resultado fiscal parece endeble. La presión cambiaria Lo anterior acrecienta las preocupaciones en el plano cambiario. En medio del cepo y de fuertes restricciones al comercio exterior, la posición de reservas sigue muy debilitada. Aún con las recientes compras de divisas del Banco Central, las reservas netas están en torno a los 4.500 millones de dólares, y se reducen a poco más de mil millones si se descuentan las tenencias de oro. Los pagos de deuda que quedan para el resto del año ascienden a poco más de 6.000 millones de dólares, la mayor parte antes de las elecciones de octubre. Por el lado positivo, la ampliación el capital del Fondo Monetario Internacional (FMI) permitirá acceder a unos 4.300 millones de dólares y, siendo optimistas, el campo aportaría unos 2.000 millones de dólares adicionales a las reservas. Pero estos números lucen muy ajustados, si es que Argentina posterga la negociación con el FMI y termina pagando sus compromisos. Esto, junto con la apreciación real del peso que se viene dando desde el comienzo de año y que se profundizará de cara a las elecciones, ante la política de frenar el ritmo de depreciación del dólar oficial para contener la inflación, podría aumentar las presiones cambiarias. También hay menos margen para seguir esterilizando la emisión monetaria con Leliq y Pases. Esta deuda del Banco Central con los bancos se duplicó en un año y representa más de ocho por ciento del PIB; eso también requiere de emisión monetaria para pagar intereses, de más de 37 por ciento nominal anual. En la semana, Turquía revivió las alertas sobre la vulnerabilidad de los países emergentes. Tras la destitución intempestiva del gobernador del banco central, con reservas a un tercio del nivel de un año atrás, una deuda de corto plazo de 140.000 millones de dólares y una baja esperada de tasas de interés, la lira perdió 10 por ciento de su valor en pocos días. Este contexto tiene algunos puntos en común con el de Argentina, aunque nuestro país se encuentre protegido por el aislamiento financiero que implican los fuertes controles de capitales. Pero nuestro país hace poco para achicar su vulnerabilidad. Un grupo de bonistas planteó al ministro de Economía, Martín Guzmán, en su gira por Estados Unidos, que Argentina debería avanzar en cerrar la negociación con el FMI para disipar dudas en torno a su sustentabilidad y acelerar la vuelta a los mercados financieros. El contexto actual de pandemia es una oportunidad, ya que el organismo impondría condiciones menos duras para negociar; y a su vez, si el país se librara de hacer desembolsos este año, la presión sobre las reservas sería mucho menor. Sin embargo, se anticipó que Argentina no avalará ninguna reforma que signifique afectar el gasto previsional y social, ni tampoco modificar las leyes laborales. Esto refleja las divisiones políticas en el interior del Gobierno, o más bien la supremacía de un sector que va a impedir cualquier reforma que apunte a generar confianza en el sector productivo. Mientras tanto, la economía seguirá caminando por la cuerda floja, con el Gobierno intentando llegar con aire a las elecciones de octubre. *Director del IIE de la Bolsa de Comercio de Córdoba